El “milagro” de convertir terroristas en “monaguillos”

I

Cuando “pacíficos protestantes” torturaron e incineraron vivo al joven policía, Gabriel Vado Ruiz, un cura de Masaya “sermoneó” desaparecer las evidencias de tan horrendo asesinato: “Les pido que no se suba esa foto ni ese video de ese paramilitar que están quemando para que no haya ningún problema. Igual nosotros borremos todas esas fotos”.

La Iglesia Católica de Nicaragua debería revisar profundamente qué tipo de individuos ha permitido entrar a sus seminarios y qué han salido a cometer, y hasta qué clase de liderazgo han (de) formado.

¿Dónde quedaron las materias de Ética y Moral, Gracia y Virtudes, la Teología en sus diversas disciplinas, los Sacramentos, Derecho Canónico, los deberes del hombre para con Dios, los misterios de Cristo Salvador, Psicología, el exhaustivo estudio del Antiguo Testamento…?

Los seminarios se supone que demandan del aspirante al sacerdocio, entre otras cualidades, buen carácter moral, equilibrio emocional y madurez, una vida devocional equilibrada. También “deben ser capaces de enseñar la verdad; no una versión de la verdad, sino la verdad”, dice una página al respecto.

Por el contrario, un sector de la Iglesia Católica sustituyó los Evangelios por sus extremas posiciones políticas, los hechos por sus filias y sus fobias, las ovejas por los lobos, el Octavo Mandamiento por la industria de la mentira y el falso testimonio, la atinada voz del profeta por tuits mundanos, y el incienso y la mirra por el Holocausto que sufrió Nicaragua.

He aquí una de esas declaraciones que parecieran describir a santos varones entregados a la contemplación, al ejercicio de la piedad y las artes de la caridad, o destinados a personas que, alejadas de las tentaciones de la carne, han alcanzado un alto grado de cultura y crecimiento espiritual, incapaces incluso de ofender a nadie con la “mala palabra” jodido:
“Exhorto a que nos respetemos y que las protestas que se puedan hacer sean siempre dentro de la línea cívica, pacífica, como en la práctica se han hecho”. Cardenal Leopoldo Brenes, 27 de agosto.
¿Y todo el terrorismo? ¿Y el aquelarre de los “pacifistas” bailando fuera de sí sobre una estructura metálica que derribaron a la orilla de Metrocentro, aplastando la vida de un ciudadano de Guatemala? ¿Y los asesinatos? ¿Y los campos de concentración y exterminio en que se convirtieron los tranques, con el eficiente apoyo parroquial de algunos curas y obispos que se equivocaron de oficio, de fe y de religión?

En vez de multiplicar los peces y los panes de la paz, la concordia y la economía del país, unos jerarcas católicos llegaron al colmo de “producir” el milagro satánico de convertir a los terroristas en indefensos y angelicales monaguillos. A partir de ahí, esa fue la “línea” que “bajaron” para los ultraderechistas partidos de papel, radiofónicos y televisados: “santificarlos” como “perseguidos” o “prisioneros políticos”.

II

Rodrigo Borja, en la Enciclopedia de la Política, define que el terrorismo “puede provenir no sólo del gobierno sino también de otros sectores, a través de diversos medios: acción armada, sabotaje, atentados dinamiteros o incendiarios, asesinatos, secuestro de personas, piratería aérea, guerra psicológica y cuantas otras acciones de violencia y alevosía puedan imaginarse”.

De acuerdo a esta caracterización, solo faltó la piratería aérea porque en la terrestre se esmeraron con el saqueo y la destrucción de bienes entre los meses de abril y julio de 2018.

Si los ungidos de una parte del clero no lograron completar su “gloriosa faena”, fue porque el Ejército Nacional resguardó infraestructuras estratégicas como aeropuertos, hidroeléctricas, plantas de energía eólica, geotérmica; agua potable…

El obispo Silvio José Báez con el cardenal Leopoldo Brenes.

El sadismo de quemar a militantes del Frente Sandinista y policías, entre una larga cadena de perversidades cometidas por la putsh-derecha que jamás se había desatado en Nicaragua, es lo que el expresidente de Ecuador llama con precisión “espectaculares acciones de crueldad ejemplarizadoras”.

Borja deja bien claro que “En todos los tipos de terrorismo la violencia tiene una función muy clara: paralizar, disuadir o escarmentar a la gente. El terrorismo es no solamente un acto político sino también psicológico, puesto que uno de sus propósitos es intimidar con públicas y espectaculares acciones de crueldad ejemplarizadoras. Este es un elemento psicológico muy importante del imperio del terror”.

La Enciclopedia establece además algo que al parecer desagrada a esa parte de la Iglesia: que el responsable de evitar la anarquía, la violencia, mantener la seguridad de los pobladores y aplicar la ley con rigor, es el Estado.
“El poder político, o sea el poder del Estado, es el único que tiene el ejercicio de la coacción física legítima para hacerse obedecer. Lo cual significa que solamente él está en aptitud de acudir a la amenaza o al uso de la fuerza a fin de dar eficacia a sus disposiciones”.
También subraya que “Uno de los instrumentos más importantes” del Estado es la policía, “cuya misión es respaldar con el uso de la fuerza los mandatos de la ley y las órdenes de la autoridad y salvaguardar con ello el orden público”.

Valga la aclaración que los autores intelectuales y materiales de los tranques y secuestros de las ciudades, así como de la obstrucción de las carreteras para impedir el flujo vehicular, la retención del transporte de carga internacional y nacional, la amenaza a los trabajadores de la Zona Franca, etc., hoy no asumen su irresponsabilidad.

Así cumplieron, al pie de su siniestro libertinaje, un perturbador mantra, invocando la maldición y la ruina sobre Nicaragua: “¡La economía no importa!”.

Y eran “dirigentes” universitarios, y eran “sabios” en economía y “líderes” empresariales, “gurúes” en Derecho, pero que poseídos por un espíritu ruin vociferaban, por si acaso no habíamos comprendido su misión satánica: “¡Si hay que pagar un costo, pues hay que pagarlo!”.

Y los costos no lo repartieron “democráticamente”. La cúpula colocó toda esa pesada carga sobre los miles de cabezas de familia que mandaron al desempleo; a los propietarios que debieron clausurar sus negocios; a los dueños de hoteles, bares, comiderías y restaurantes obligados a cerrar o reducir su personal administrativo y de servicio; a los micros, pequeños y medianos empresarios; a todo el país con la caída del PIB…

Lo peor es que ahora, tras el fracaso del golpe de Estado, demandan un diálogo. Y fueron los mismos heraldos de la calamidad, desde la soberbia que les daba el poder de los tranques de la desgracia, que se encargaron de revelar su funesta hoja de ruta: “Esto no es mesa de Diálogo, es Mesa de Rendición. Aquí no venimos a hablar nada más que para ver cómo y cuándo se van”.

III

El pastor de los Estados Unidos, John Hagee, no está de acuerdo con las armas y artimañas del diablo que arruinan a una sociedad. Prácticamente lo que él expone aconteció en Nicaragua. La diferencia es que este hombre cristiano cuestiona la barbarie y denuncia las causas. No hace como otros “líderes” religiosos que tiran la piedra y alaban la vileza.

Hagee pregunta en su libro “Los tres cielos”: “¿Por qué las ciudades de la Unión Americana están llenas de anarquía y falta de ley, contrarias a la autoridad civil?”.

“¿Por qué hay una generación que se gratifica insensiblemente saqueando o quemando casas, iglesias, negocios, bajo la apariencia de que tienen ‘derecho a protestar’?

“¿Por qué están haciendo alboroto los estudiantes en las aulas en vez de buscar el conocimiento y prepararse para su futuro? ¿Por qué desafían los niños la autoridad de sus padres, pero se someten a los líderes de las pandillas callejeras?

La respuesta, subraya, “está en el espíritu de rebeldía que arrasa con nuestro país”.

En la primera y única tregua que hubo al inicio de esa “Mesa de Rendición” coordinada por los “mediadores” de la Conferencia Episcopal, el “ángel de luz” de Managua trazó el macabro camino de la discordia y el enfrentamiento: “Eso no significa que hay que desmovilizarse”.

A propósito de estas fatídicas operaciones de la oscuridad, Hagee sostiene:

“Este espíritu se resiste a toda forma de autoridad y la desafía. ¿Cuándo oíste por última vez un sermón en tu iglesia sobre el tema de la sumisión a la autoridad? La predicación del evangelio ahora en nuestras iglesias trata más de la Nueva Era que del Nuevo Testamento, buscando la autosatisfacción que el agradar a Dios. No estamos enseñando los preceptos básicos que contiene la palabra de Dios”.

“La sumisión a la justa autoridad es uno de los mandatos esenciales. Es hora de que los que tienen posiciones de autoridad en nuestros hogares, iglesias, escuelas, gobiernos le cierren las puertas a la rebeldía que ha permitido que las influencias demoníacas corrompan nuestra sociedad”.

El autor ha dicho que el resentimiento es el cianuro del alma… Y portal del infierno, igual que la rebeldía misma.

¿Qué pasó, entonces, con algunos curas y obispos?

Don Miguel de Unamuno tiene una respuesta que trasciende a su patria y su época: “Dogmas confesados, pero no creídos de corazón, por haberse reducido a cáscaras sin almendras; principios intelectuales que no están en íntima comunión con la vida espiritual de la piedad; fórmulas abstractas y petrificadas que no fecundan el sentimiento, ni fomentan la bondad; definiciones escolásticas que no dan caridad, ni esperanza…” (España y los españoles, pp 44-45).

Lo que padeció nuestra nación nunca se trató de una “protesta cívica” de beatas, santos, serafines y querubines.

Fue un diabólico Putsch.

Edwin Sánchez
Publicado en LA VOZ DEL SANDINISMO, el 18 de octubre del 2018

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