Toda revolución social se alimenta de sus fortalezas y estas se constituyen en los horcones de carga para soportar los terribles y demoledores vientos huracanados de sus contrarios.
Sin embargo, tan importante como definir sus fortalezas es identificar sus debilidades, pues estas son puertas abiertas las cuales dejan penetrar los ciclones que pueden derribar la estructura idealista y reducir a escombros cualquier edificio construido con material proclive a la contaminación.
Las revoluciones no perviven en una urna de cristal y están expuestas de forma permanente a la intemperie y ello explica, como diría mi amigo panameño Guillermo Castro, por qué “las causas externas operan a través de las internas. Por eso es tan importante estabilizar la situación interior, y empezar a (re)construir a partir de allí las capacidades para conducir el proceso histórico hacia formas superiores frente a quienes quisieran retrotraerlo a otras, inferiores”.
Nicaragua, por ejemplo, ha tenido una existencia dramática desde la nefasta era de Anastasio Somoza a nuestros días. Augusto César Sandino fue la llama que encendió la pradera con su pequeño ejército loco y generaciones ulteriores con el Frente Sandinista de Liberación Nacional coronaron con el éxito en 1979 aquella epopeya.
Fue una revolución con fisuras, como casi todas, y por esos entresijos corrió la serosidad de la mandrágora para alimentar las debilidades y envenenar las fortalezas que posibilitaron la victoria de aquel épico episodio, el cual finalmente sucumbió a las intrigas, traiciones y corrupción en 1990 con un desastre electoral tras varios años de crímenes de la oposición armada.
La agresión estadounidense con los contras costó al pueblo nicaragüense 38 mil muertos y pérdidas económicas por valor equivalente a 17 mil millones de dólares, jamás indemnizadas por la Casa Blanca a pesar de la orden al efecto dictada por la Corte Internacional de Justicia que encontró culpable a Estados Unidos de aquella barbarie.
Pero lo más catastrófico de aquel momento fue el “apagón” sandinista que se mantuvo fuera del juego durante 17 largos años y solamente pudo regresar en enero de 2007 luego de ganar las elecciones de 2006, para iniciar un arduo y difícil trabajo de recomposición social sobre algunos rescoldos aun encendidos de la revolución de 1979.
Sería ingenuo decir que a partir de entonces Nicaragua ha vivido un período pleno de reanimación sandinista, pues el escenario no es el mismo de 1979 y varias generaciones se han superpuesto a aquellas que derrotaron al somocismo.
Y no fue así porque hubo un mar de fondo muy negativo y determinante que el teólogo dominico Freo Betto ilustró muy bien en el caso brasileño en 2014 en una entrevista que le hice en Panamá para Prensa Latina antes de la defenestración de la presidenta Dilma Rousseff. Él me dijo:
“Los retrocesos en una sociedad desigual significan que hay una permanente lucha de clases. No podemos engañarnos, pues no se garantiza el apoyo popular a los procesos solamente dando al pueblo mejores condiciones de vida, porque eso puede llevar a la gente a una mentalidad consumista.
“En Brasil, mucha gente ya está aburrida porque no puede consumir como antes. Yo diría que con todos los logros del gobierno del Partido de los Trabajadores con los presidentes Lula y Dilma lamentablemente hemos desarrollado una conciencia más consumista que ciudadana.
“¿Cuál es el problema? No se politizó la nación, no se hizo un trabajo político, ideológico, de educación, sobre todo en jóvenes, y toda la gente se queja porque ya no pueden comprar carros o pasar vacaciones en el exterior.
“Estamos volviendo atrás y sobre todo porque no hemos desarrollado una política sostenible, no hemos hecho reforma estructural, reformas agrarias, tributarias, presidenciales, políticas, e hicimos una política buena pero cosmética, o sea, que no tenía raíz, sin fundamentos para su sustentabilidad”.
Esa situación persiste y no es un mito griego como el de Escilia y Caribdis convertido en una realidad política y social en el caso de Nicaragua y tal vez con mayor complicación aún pues a esos monstruos mitológicos se une una bestia peor, rampante y sonante, con más de seis cabezas y mayor fuerza de succión que aquellos dos: la corrupción.
El propio líder sandinista sirvió en bandeja de plata el pretexto para que se desataran al unísono todos los fantasmas agazapados desde las elecciones de 2006 en cada sector social, al decretar una reforma al sistema de seguridad social que el propio Daniel Ortega calificó como el detonante de algunas protestas de la ciudadanía que fueron creciendo hasta llegar a niveles nunca vistos en muchos años.
A las protestas se sumaron sectores sociales con muy diferente grado de organización, e incluso no vinculados entre sí, desde los empresarios hasta los estudiantes, pasando por diversos sectores sandinistas desafectos diría mi amigo Guillermo en un excelente análisis, en el cual expresa “que todo sugiere, también, que la crisis sorprendió a todas las partes, y a los simpatizantes o aliados de cada una de ellas en el exterior”.
“Mientras unos guardaban un cauto silencio – y la cautela, en momentos así, puede ser solidaria -, los buitres de siempre se apresuraban a buscar nuevos medios de agregar a Nicaragua al cerco contra Cuba, Venezuela y Bolivia. En esto no hay nada de imprevisible: la mezquindad – y el servilismo de quienes desde el Sur han buscado y buscan empleo en el Norte – medran de momento en la confusión”. Reitero la excelencia de la acotación.
Para los nicaragüenses en general, pero en particular para los más jóvenes, hay una ventaja muy grande respecto a la disyuntiva que enfrentó Odiseo al escoger entre Escila y Caribdis, pues en el país sandinista –que aún lo es- la gente quiere la paz, y no la de los sepulcros, y en este sentido, no en el político, entra en juego la Iglesia como una entidad de fuerza y crédito.
A ella le corresponde contribuir con su invalorable aval de más de dos mil años de experiencia y sabiduría a encontrar ese fino hilo que separa a Escila de Caribdis sin cuya existencia el uno hubiese acabado con el otro.
Solo con un bote de pocas dimensiones pero de mucha profundidad, se puede avanzar por esa estrecha senda hacia la paz sin sucumbir a la ira de esos monstruos encarnados en los buitres de siempre que anidan en el Norte brutal y revuelto que José Martí conoció tan bien porque vivió en sus entrañas.
Luis Manuel Arce, publicado en América Latina en movimiento el 4 de mayo del 2018.